El cuidado: una práctica para la disminución del Riesgo

El cuidado: una práctica para la disminución del Riesgo

Este texto tiene como propósito presentar algunas reflexiones sobre la pandemia en un contexto como la ciudad de Cali. Nos interesa preguntarnos por las maneras en que las personas, los grupos sociales y la institucionalidad pueden afrontar el desafío que propone una situación donde un virus, imperceptible al ojo humano e inocuo para animales, ha desestabilizado relaciones que damos por sentadas y seguras -como nuestra libre locomoción-, ha mostrado el carácter dinámico y frágil de la economía y la importancia de la gestión pública en la salud y el bienestar social. Para ello partimos de dos conceptos como el Riesgo y el Cuidado para mostrar las relaciones entre las amenazas que conlleva la pandemia y cómo nuestras acciones individuales y colectivas pueden ayudarnos a mitigar algunos de sus impactos. Concluimos con una invitación a reconocer estas acciones y compartirlas con otros.

Las sociedades humanas se han caracterizado por la construcción y regulación de los vínculos sociales en formas específicas e históricamente situadas. En las ciencias sociales y las humanidades, un sinnúmero de ejercicios académicos han intentado aproximarse a una definición rigurosa y compleja de cultura, encontrando en el camino consensos y disensos. Entre estas diversas perspectivas, algunos presupuestos permiten analizar con mayor profundidad los cuestionamientos que surgen frente a la pandemia del Covid- 19 y sus respectivos impactos.

Cultura, Naturaleza y Sociedad.

La cultura es definida por varios autores en una doble dimensión. Primero, en las relaciones que se han constituido entre las personas pertenecientes a una misma comunidad. Éstas obedecen a una serie de pautas, normas y protocolos que condicionan las interacciones y prácticas sociales, ya sea porque han sido interiorizados en el transcurso de su existencia social de manera inconsciente, o, porque obedecen conscientemente a un ordenamiento normativo.

Segundo, la cultura es también la forma en la que se definen las relaciones entre la especie humana y su entorno natural. La Naturaleza ha sido –y es- transformada en la búsqueda del desarrollo de las condiciones materiales dentro de los contextos socialmente mediatizados.

La emergencia y rápida propagación del Covid-19, catalogada como pandemia el 11 de marzo de 2020 por la OMS, pone en tensión las estructuras de la organización social humana tan profundamente arraigadas y lleva a re- prensar estas dos dimensiones de la cultura.

La coyuntura actual conlleva a cuestionamientos de diversa índole, uno de ellos, los impactos en la naturaleza que tiene el actual modelo de desarrollo económico. Durante los periodos de confinamiento que vivenciaron distintos países en el mundo, las cámaras registraron el regreso de la fauna a los espacios normalmente habitados por los humanos.  Algunos investigadores señalan una preocupación frente a la relación entre el origen y propagación del virus. El epidemiólogo Andrew Cunningham, de la sociedad epidemiológica de Londres, afirma que en la gran mayoría de casos el desbordamiento zoonótico o transferencia humana, está ligado al comportamiento humano y a sus actividades como el tráfico y comercio de especies silvestres y la destrucción de hábitats naturales debido a la deforestación, agricultura o ganadería.

En una segunda dimensión, la pandemia del Covid-19 también pone en tensión la naturaleza de las relaciones sociales que hemos construido, consolidado e institucionalizado como sociedad. Si bien, la afectación del virus ha demostrado ser mayor para las poblaciones socialmente más desprotegidas o para algunas generaciones etarias, la interdependencia humana, se constituye, en esta coyuntura, como una evidencia imposible de eludir. Las estrategias adoptadas por los estados para la contención y mitigación de los efectos del Covid-19, requiere sin duda alguna, de una participación activa de la ciudadanía, que pueda entender el sentido de la norma, para acatarla e interiorizarla. Por otro lado, también se requiere generar las condiciones socio-económicas, a través de un Estado Social de Derecho real, que permita a la ciudadanía cumplir con las normas de salubridad, el confinamiento, el lavado de manos, el uso del tapabocas y el distanciamiento social, entre otras.

Si las sociedades humanas han estado históricamente atravesadas y condicionadas por unas formas específicas de interacción social que involucra el contacto físico ¿Cuáles son las posibilidades de que, abruptamente, se transformen esas prácticas? Pues bien, los Estados han apelado a unas categorías de comprensión como “el riesgo” y de acción como la idea de “solidaridad” y “cuidado” para comprometer a la ciudadanía en la lucha por la vida. Se abordarán estos conceptos a continuación, pues es fundamental explorar los significados académicos de estas categorías y confrontarlos con las realidades sociales que se están interviniendo.

 

El Riesgo:
un concepto que nos habla de capacidades sociales.

El confinamiento y la inesperada desaceleración de la vida a todos los niveles han traído consigo impactos económicos, ambientales y sociales. Situación a la cual se le suma los altos niveles de incertidumbre en el manejo de la pandemia debido a la ausencia de un tratamiento eficaz de la enfermedad, a la capacidad de los sistemas de salud y a la forma de contagio. Situaciones como éstas, pueden ser de alguna forma previstas y cuentan con ciertos protocolos de manejo en un contexto de gestión del riesgo. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud emite guías sobre la gestión de riesgos por pandemias de influenza. Dichas guías tienen como objetivo orientar sobre acciones que puedan ser llevadas a cabo por los gobiernos y sus sistemas sanitarios para mitigar los impactos en la población.  Con el Covid-19 no fue la excepción, la OMS emitió guías y por su parte, la Alcaldía de Cali, a través de la Secretaría de Salud, preparó el plan de contingencia para la pandemia.

Algunas amenazas identificadas en el plan de contingencia para la ciudad fueron: amenaza a la salud, a la sobrecarga de los servicios sanitarios y amenaza de recesión económica. Una amenaza en el contexto de la gestión del riesgo, es una situación de origen natural o humano que puede causar algún tipo de daño a alguien o a algo. El virus es una amenaza que puede causar enfermedad, secuelas y hasta la muerte. La sobrecarga de los servicios sanitarios es una amenaza que puede causar una gran cantidad de pérdidas de vidas humanas; la recesión es una amenaza que se puede materializar en la pérdida de actividades económicas y en un aumento del desempleo.

La amenaza está allí. Cercándonos a todos por igual. Pero el riesgo de que esa amenaza se materialice y cause daños a nivel individual y colectivo no es el mismo para todos. En la Ley 1523 del 2012, el análisis y la evaluación del riesgo se define como “el modelo mediante el cual se relaciona la amenaza y la vulnerabilidad de los elementos expuestos con el fin de determinar los posibles efectos sociales, económicos y ambientales”. Es decir, el riesgo es un concepto que nos habla no sólo de las amenazas a las que estamos expuestos sino también de nuestra capacidad o susceptibilidad de resultar afectados por esa amenaza.

El riesgo es una construcción social, como lo afirma Virginia García Acosta (2005), expresada por la relación entre exposición, vulnerabilidad y amenaza. El carácter social se expresa en tres ideas: percepción del riesgo, la comunicación del riesgo y la vulnerabilidad. Las dos primeras constituyen una respuesta social, por ejemplo, en la medida que se nos comunique el riesgo de contagio podemos tomar acciones para disminuir nuestra exposición al virus (quedarse en casa, usar tapabocas, lavarse las manos). Al mismo tiempo, en tanto percibamos que la amenaza es real y que dichas medidas son efectivas, mejores decisiones y comportamientos tendremos para con nosotros mismos y los demás. Es decir, comunicar el riesgo ayuda a mejorar los niveles de percepción del riesgo (sino lo percibo no me cuido así la amenaza esté allí).

En tanto que la vulnerabilidad nos habla de la propensión a verse afectado negativamente y a cierta incapacidad de absorber, ajustarse o enfrentarse a un desastre o emergencia. Esta propensión está determinada no solo por las capacidades individuales sino por factores comunitarios y de gestión pública a diferentes niveles. Por ejemplo, se reporta que las poblaciones indígenas (Kaplan et. al, 2020), las poblaciones racializadas (UNFPA, 2020b), las clases trabajadoras, las mujeres y los sectores diversos (UNFPA, 2020a) pueden ser los más afectados por el Covid-19 comparados con otros grupos sociales. Estos grupos y sectores tienen en común altos grados de vulnerabilidad global: bajos ingresos económicos (vulnerabilidad económica), estigmatizaciones, precarización del empleo, poco acceso a infraestructuras y sistemas sanitarios adecuados, sumados a bajos niveles de autonomía o empoderamiento (vulnerabilidad política) y cohesión social (vulnerabilidad social).

Si la vulnerabilidad puede ser expresada como vulnerabilidad global (Wilches-Chaux, 1989), que incluye diversos factores ambientales, sociales, comunitarios e individuales, ¿Es posible que el aumento de las capacidades en algunos de estos ámbitos ayude a disminuir la vulnerabilidad y por lo tanto el riesgo de ser afectado negativamente por las amenazas? Una posible respuesta, a manera de hipótesis, es que si ejercemos en esta coyuntura acciones de solidaridad y cuidado, éstas pueden ayudar a disminuir la vulnerabilidad de las poblaciones y mitigar algunos riesgos.

El Cuidado:
Categorías para la acción

El concepto del cuidado ha sido ampliamente desarrollado desde las perspectivas teóricas feministas las cuales han denunciado una histórica y desigual distribución de cargas en el trabajo doméstico y del cuidado no remunerado. La causa de este fenómeno se ampara en un sistema de ordenamiento cultural que ha jerarquizado y diferenciado los sexos asignando una serie de responsabilidades y roles sociales a unos y a otras basado en la idea de “naturalidad”, cuando se trata en realidad, de imaginarios socialmente construidos y adjudicados a las diferencias anatómicas. La relevancia de estos enfoques consiste en que han re-posicionado la noción del cuidado, otorgándole una nueva centralidad, no solo buscando un reconocimiento político y económico, sino también moral.

En este sentido, las perspectivas feministas del cuidado y del auto-cuidado llaman a la reflexión sobre estos dos conceptos y su papel en nuestras sociedades. Joan Tronto (1998) define el cuidado como “una actividad característica de la especie humana que incluye todo lo que hacemos con vistas a mantener, continuar o reparar nuestro ‘mundo’, de tal manera que podamos vivir en él lo mejor posible. Este mundo incluye nuestros cuerpos, nuestras individualidades (selves) y nuestro entorno, que buscamos tejer juntos en una red compleja que sostiene la vida” (Fisher y Tronto, citado en Tronto, p. 16).

Según las reflexiones de Tronto (1998), el cuidado es un proceso que se puede dividir en 4 fases. La primera, denominada “caring about” (preocuparse por), requiere de un ejercicio de concientización y de atención a las necesidades del cuidado propias o de los demás. Esto es tener la capacidad de escuchar al otro frente a sus necesidades, o de identificar las que están presentes pero que no han sido verbalizadas. La segunda fase del proceso del cuidado, “caring for” (preocuparse para), corresponde al hecho de asumir una responsabilidad frente a la previa identificación de las necesidades en el otro. En esta fase se adopta un compromiso con todas las consecuencias que éstas impliquen. La tercera, denominada “caregiving” (dar cuidado) representa la materialización del cuidado mismo, lo que supone un conocimiento y una competencia del cuidado. A pesar de que se cumplan las dos fases anteriores, es posible que no se tenga la competencia requerida para llevar a cabo el proceso del cuidado en un caso particular o para solventar los requerimientos de la persona. Por último, la cuarta fase, “care receiving” (recibir cuidado), compromete la sensibilidad de la persona cuidadora para recibir la reacción de la cosa, persona o grupo que está siendo cuidado. El proceso del cuidado completa su ciclo, el cual es circular, y puede re-comenzar debido a que, en la receptividad de la persona cuidadora, también existe un ejercicio de atención.

En cada una de las fases se encuentra una dimensión ética: la capacidad de identificar necesidades, la decisión de asumir responsabilidad frente a ellas, la competencia para atenderlas y la receptividad para acoger las reacciones de quien está recibiendo un cuidado. Estas 4 fases corresponden a un proceso holístico e ideal del cuidado, empero, explica Tronto (1998), no siempre se lleva a cabo de esta manera.

El ejercicio del cuidado también está permeado por el conflicto y por las relaciones de poder. El conflicto puede surgir por la incapacidad de atender la infinidad de necesidades existentes o por la obligada e inevitable selección y priorización de unos requerimientos sobre otros. Es un proceso complejo, caracterizado por contradicciones internas y frustraciones, distante de un imaginario idealizado y romantizado que simplifica las variables que lo atraviesa (Tronto, 1998). No obstante, el cuidado reclama un ejercicio analítico que tome en consideración la dimensión racional en la comprensión de la diversidad de demandas, y, que tenga “una apreciación empática de las emociones” (Tronto, 1998, p.19).

En tiempos de pandemia, estas perspectivas del cuidado problematizan nuestra comprensión del concepto y nos invita re-pensarnos, por un lado, los requerimientos necesarios para asumirnos como cuidadores de la vida, y por el otro, la obligación de re-ubicar el cuidado como un aspecto fundamental en nuestra vida humana.

Una invitación por la vida

Aunque la pandemia ha sido un duro golpe para muchas familias caleñas y ha afectado a diversos sectores, también va posibilitando que reconozcamos cómo los grupos sociales se reorganizan y proponen acciones de solidaridad con otros, de cuidado de la vida, no solo individual sino de comunidad.

Ollas comunitarias, compras colectivas, trueques, reorganizaciones de servicios y ventas pueden ayudar a disminuir la vulnerabilidad económica. Iniciativas como las huertas urbanas, nuevas formas de distribución de alimentos y una apuesta social por cuidar la soberanía alimentaria aportan en mejorar las capacidades comunitarias y a fomentar la solidaridad, el cuidado y el autocuidado.

Queremos finalizar dejando una invitación a que nos cuentes que se está haciendo en tu comunidad para ayudarse, para cuidarse. Inscríbete en la página https://guardianesdevida.cali.gov.co/ donde puedes conectarte con otras iniciativas, recibir formación virtual y dar a conocer lo que se hace en tu comunidad. Puedes contactarnos también al correo guardianesdevidacali@gmail.com

Referencias

García Acosta, Virginia (2005) El riesgo como construcción social y la construcción social de riesgos desacatos, núm. 19, septiembre-diciembre, 2005, pp. 11-24.

Kaplan, Hillard S. et al. (2020) Voluntary collective isolation as a best response to COVID-19 for indigenous populations? A case study and protocol from the Bolivian Amazon. The Lancet, vol. 395, no. 10238, p. 1727–1734, 30 May 2020. DOI 10.1016/S0140-6736(20)31104-1. Disponible en: https://doi.org/10.1016/.

Ley 1523 del 2012. Por la cual se adopta la política nacional de gestión del riesgo de desastres. Congreso de la República de Colombia. Diario Oficial 48411 de abril 24 de 2012, Bogotá, Colombia

UNFPA (2020a). United Nations Population Fund Durante la pandemia las personas LGBTIQ pueden ser particularmente vulnerables; las acciones para protegerles son urgentes. Comunicado de prensa. Junio 8  del 2020. Disponible en: https://colombia.unfpa.org/es/news/dia-orgullo-lgbtiq-2020

UNFPA (2020b). United Nations Population Fund Implicaciones del COVID-19 en la población afrodescendiente de América Latina y el Caribe. Informe Técnico.  28 de Abril, 2020. Disponible en: https://lac.unfpa.org/sites/default/files/pub-pdf/2-Covid-Afrodescendientes%20%281%29.pdf

Paton Walsh, N y Cotovio, V.(26 de Marzo 2020).Los murciélagos no tienen la culpa del Coronavirus, sino esta especie. CNN. Recuperado de: https://cnnespanol.cnn.com/2020/03/26/los-murcielagos-no-tienen-la-culpa-del-coronavirus-sino-esta-especie/

Tronto, J.C. (1998). An Ethic of Care. Journal of the American Society on Aging. Vol22, No3, Ethics, and Aging: Bringing the Issues Home. pp. 15-20

Wilchex-Chaux, Gustavo. Vulnerabilidad global. (1989) Disponible en: https://www.desenredando.org/public/libros/1993/ldnsn/html/cap2.htm

Fotografías en orden de aparición:

Fotografía 1 y 3– Camilo Lobatón.

Fotografías 2, 4 y 5 – JAC Floralia.

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